¿Quién te quiere? Eso es algo que se sabe.

Por haber hecho trizas un corazón noble.


Sus ojos, su pelo, sus manos. Todo desaparece. Y  con ello su boca, el brillo de su mirada, sus palabras, sus lágrimas. Todo se va, sin que nadie se dé cuenta. Desaparece, se esfuma entre la niebla y la lluvia, esa lluvia que llegó de repente. Ella ya no está, pero nadie se percata de ello. Se fue sintiéndolo por aquellos que la querían. Pero, qué tontería. Nadie la quería, aunque la gente fingiese que sí, y ella lo sabía. Siempre había sido así. Le daban de lado por esa puta razón. Pero no era culpa suya. Ella había nacido así, y era algo que llevaba toda la vida intentando remediar. Pero todo fue en vano. Era tal el odio que le tenía la gente, el asco, que llegó a odiarse y repudiarse a sí misma. Fue esa estúpida razón la que le llevó a hacerlo. Y a veces se intentaba convencer de que ella era una buena chica, que era genial, y que era la gente la que no sabía apreciarlo. Pero ella pensaba que no era así. Se detestaba. Llegaba el invierno y se sentía peor que nunca. La lluvia. Odiaba la lluvia. Hacía que se sintiese aún más pequeña, más triste. Siempre que salía a la calle lo hacía con miedo, con vergüenza. Desde que sucedió aquello, desde que por primera vez le hicieron sentirse como una mierda, le daba miedo incluso mirarse en el espejo. Y se lo había planteado antes, mucho antes, pero sólo una vez tuvo el valor de hacerlo, aunque tampoco salió como esperaba. Pasó el invierno. Y el frío, las lluvias y las calles nevadas se llevaron consigo su alma. Al llegar la primavera, una hermosa flor desapareció, sin dejar rastro alguno. Fue la primavera quien se llevó su último suspiro. Ese suspiro de abatimiento.

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