Tonteas. Tonteas. Tonteas. Tonteas. Tonteas. Te ilusionas. Te
enamoras. Sufres. Te haces promesas. Promesas que sabes que no vas a cumplir.
Promesas como las que esa persona te hizo un día. Promesas que se van con el
viento. Promesas que creías que algún día se cumplirían, pero que en este
momento son inexistentes. Aunque un día tuvieron vida. Como tú. Prometes no
volver a enamorarte. No volver a decir te quiero, ni nada que se le parezca. Prometes no volver a soñar con la sonrisa de alguien cuando duermes y querer tenerle al lado cada mañana cuando despiertes. No volver a hacer regalos estúpidos que no llevan a ninguna parte. No volver a escribir, ni para él ni para ningún otro. No volver a soñar. No volver a caer. Prometes acelerar sin pensar
si vas o no muy deprisa. Acelerar. Pensar en ti antes que en nadie. Olvidar
todos esos sueños que tenías en la cabeza. Esos malditos pájaros que no dejaban
de revolotear y te guiaban, esos que querían que cumplieses todo aquello que anhelabas.
Aquello que soñabas. Pero un día llega alguien que te enseña a frenar, que
devuelve la vida a todo lo que quedó inerte. Y saltas. Llámalo locura, yo
prefiero llamarlo magia, amor, vida. Saltas al vacío. No piensas en nada, tu
mente se queda en blanco cuando ves que te mira. Es otro, no es la misma
persona que te hizo daño. De hecho, es completamente diferente. Te entiende, te
escucha, te mima. Pero cuando estás a punto de caer, cuando estás a punto de
rozar el suelo con los pies, se para el tiempo. Te detienes. De repente tu
corazón se acelera. Tienes miedo. Miedo de que la historia se repita, una vez
más. Miedo de escuchar más promesas que no se vayan a cumplir. Miedo de soñar,
miedo de vivir. Y entonces, cuando estás a punto de gritar o echarte a llorar,
le ves. Ahí está, frente a ti. Y te dice que pares. Para. Saltemos juntos. Y obedeces. Sonríes como creías que no ibas a volver a hacerlo.
Vuelve a brillarte la mirada. Incluso sientes cosas que nunca antes habías
sentido. Será que nunca habías estado enamorada, aunque estuvieses casi segura
de que sí. Vuelves a soñar con la sonrisa de alguien y quieres tenerle al lado
cada mañana cuando despiertas. Vuelves a hacer regalos estúpidos, que quizá no
lleven a ninguna parte, pero le hacen sonreír, y eso te gusta. Vuelves a
escribir, para él y para todo aquel que te anima a hacerlo. Vuelves a soñar.
Vuelves a caer. Y frenas, porque él te ayuda a hacerlo. Piensas en ti, pero
después de pensar en él. Vuelven los sueños a tu cabeza. Esos malditos pájaros
que no dejan de revolotear y te guían, esos que quieren que cumplas todo eso
que anhelas. Eso que sueñas. Alcanzas las nubes, llegas a tocarlas. Incluso
puedes tumbarte en ellas. Y ahí te quedas, viviendo un sueño, tu sueño. Él te
coge la mano, y vuelas.
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