Ya he llegado a casa, después de tres o cuatro
intentos de sacar la llave de la mochila. Soy de las pocas mujeres en el mundo
que prefieren colgarse una mochila a la espalda antes que llevar un bolso. Me
parecen lo más incómodo del mundo. Cierro la puerta de un portazo y, de un
salto, me tumbo en la cama. Doy media vuelta, miro al techo y respiro
profundamente. Qué buena idea fue eso de poner una parte del techo de cristal.
Son tan hermosas las estrellas… Sonrío, casi inconscientemente. ¿Sabes? Me
faltas tú. Aquí, a mi lado. Espera, ¿qué es eso? Me pongo de pie en la
cama e intento alcanzar ese trozo de papel que hay pegado al cristal, pero no,
no llego. ¿Cómo habrá llegado ahí? Qué raro. Voy a por la escalera. Salto de la
cama, y voy al cuarto que hay al lado de la cocina. Es un cuartito pequeño,
pero con suficiente espacio como para meter la tabla de planchar y cuatro cosas
más. Abro la puerta y veo otro trozo de papel. Está pegado con celo. Por un
momento siento miedo. ¿Quién será el responsable de esto? ¿Y cómo se las habrá
ingeniado para entrar sin que yo me dé cuenta? Al fin y al cabo, mis días no
son muy intensos. Me paso la mayor parte del tiempo en casa, aunque de vez en
cuando salga a hacer un par de fotos. “Sonríe”. ¿Qué? ¿Que sonría? Una pequeña
carcajada sale de mi boca y hace eco en las paredes del pasillo. ¡Eh, no sé
quién eres pero lo has conseguido! He sonreído. Y me sonrojo, sin siquiera
saber por qué. Cojo la escalera del cuartito y voy hasta el cuarto con la
cabeza gacha. ¿Y ahora cómo lo hago? ¿Subo la escalera a la cama? No es
pequeña, pero tampoco es tan grande como para alcanzar el techo poniéndola en
el suelo. Pues encima de la cama. Qué miedo me da subirme a una escalera, hay
que ver. Ya puede poner algo importante en ese maldito papel, porque si no me
van a oír. Después de dar un par de tumbos, consigo cogerlo y me tiro en la
cama. “Si quieres saber de qué va este juego, mira en el cajón”. Oh, vale.
Pero, ¿qué cajón? Y me doy cuenta de todo. Ahí está, ese viejo cuaderno. Ese en
el que anotabas frases que pasaban por tu cabeza fruto del destino o
simplemente del azar. Frases y fotografías, miles de fotografías que hacíamos
juntos. Cada día una. Tú, yo y esa vieja sudadera. ¿Lo recuerdas tan bien como
yo? Me encantaba que me la prestases ya no solo porque tuviese frío, sino por
capricho. Adoro tu forma de arrugar la nariz cuando sonríes. ¿Te acuerdas del
día que elegimos el terreno para construir esta casa? Querías una casa de
ensueño, esa que yo siempre había querido. Enredaderas por las paredes, un
jardín con miles, qué digo miles, millones de flores de colores. Y un sauce al
fondo, en el que poder acurrucarnos por las noches. Y por las tardes. Y a todas
horas. Abrir la puerta de nuestra casa y encontrar un inmenso pasillo con las
paredes forradas de papel. De fotos. Una cocina inmensa, en la que poder jugar
con la comida mientras cocinamos. Sí, los dos. Tirarnos la comida el uno al
otro entre risas y sonrisas, y acabar en la bañera. Qué bonito es el baño, ¿no
crees? Me encanta sentirme como si estuviese bajo el mar. Y esas pequeñas
lucecitas incrustadas en el techo de toda la casa, qué bonitas quedan. ¿No
extrañas tu estudio? Pasabas las horas muertas ahí metido. Y yo siempre te
decía que dejases la puerta abierta, para oír esas canciones que ponías
mientras leía, mientras pasaba la tarde en mi habitación preferida. Toda llena
de libros, con estanterías de formas casi imposibles y ese bonito ventanal al
fondo, desde el que se ve todo el jardín rebosante de florecillas. Aunque si he
de serte sincera, me habría conformado con poco, con muy poco, siempre y cuando
tú hubieses seguido a mi lado. Siempre y cuando pasases días enteros acurrucado
conmigo en el sofá, mirándonos sin cruzar palabra alguna. Te echo tanto de
menos… Abro el cajón. Y ahí está, tu ropa, toda mezclada con la mía, como
antes. Se me escapa una lágrima. Dos. Tres. Voy a tu estudio, pero no estás
ahí. Te busco por toda la casa. ¿A qué juegas?
- Ven, amor.
¿Eh? ¿Pero de dónde…?
- Estoy aquí. Donde pasabas las horas mientras escuchabas
cada canción que ponía. Donde nunca he llegado a entrar. Donde me gustaría
pasar el resto de los días a tu lado.
Y ahí estás… en mi pequeño gran rincón. Y no soy
capaz de reaccionar, pero tampoco de dejar de llorar.
- Ven aquí, a mi lado, anda. Siéntate, y no llores,
que estás preciosa cuando sonríes. No arrugas la nariz como lo hago yo, pero
tampoco está mal.
- Idiota.
- Tu idiota.
Cómo echaba de menos besarte entre miradas y
sonrisas.
- Has tardado tanto en volver…
- Olvídalo todo y bésame, tonta.
1 comentario:
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