Cerremos la puerta y tiremos las llaves.

Tan solo ámame y que sea para siempre, y siempre seré tuya, eternamente.

A veces, me da por pensar. Pensar en cómo será todo dentro de unos años. Qué seguirá igual y qué cambiará. Qué curiosidad. En realidad, más que curiosidad, es miedo. Porque, ¿quién me asegura que seguirá estando ahí, conmigo, toda esa gente a la que más quiero ahora? Aunque también me podría preguntar, ¿quién me dice que no seguirán ahí? Me lo dice el miedo. El miedo, la inseguridad, la distancia, el tiempo. Sí, puede que los aspectos negativos, los que me hacen ver las cosas para mal, sean menos que los positivos, pero tienen mucho más peso en mi vida. Sí, no veo las cosas como debería. Pero, pienso en cómo será mi vida dentro de, por ejemplo, dos, o tres años. No es mucho tiempo. Pero la imagino cambiada. Me imagino con otra gente, totalmente diferente a la que tengo ahora. Y no, no quiero. No quiero que mi entorno cambie. Les quiero. Le quiero. No podría soportar perderles. Les quiero mucho a todos, pero siento especial cariño por él. Es normal, supongo. Además, en la adolescencia, cuando uno se enamora, los sentimientos se maximizan. Lo hacen hasta tal punto que te llega a parecer que esa persona, no forma parte de tu vida, no. Pasa a ser tu vida. Cuando te enamoras, tu vida ya no es tuya, la controla esa persona. 

Él es el dueño de mi tiempo, de mis días, de mi espacio. Él es el dueño de mi cabeza, él la controla, sin siquiera saberlo. Él es el dueño de mi vida, completamente. Lo sé, no lo presiento. Lo sé, y no soy yo quien controla mi vida, pero tampoco quiero serlo. Le quiero a él, y que él me quiera a mí tanto como yo. Porque cuando él me dice que me quiere, se para mi tiempo. Los días son horas, las horas minutos, los minutos segundos. Es él, lo presiento, lo sé.