Es algo demasiado triste el hecho
de que una persona (llamémosla x), tenga la necesidad, o el capricho de meterse
con otra (llamémosla z), por la simple razón de que se sienta superior a ella.
No es que sea triste, es que es deprimente, totalmente. He sido testigo de
esto. He visto, cómo dos pavas ponían a parir a una chica porque no era como
ellas. Esta chica tenía el pelo azul, llevaba unas mallas negras, y una
camiseta de Bob Esponja; tenía un piercing en el labio y otro en la ceja. Las
dos pavas (x e y), se susurraban la una a la otra: “¿Has visto a esa tía?
Menuda gilipollas.. ¿A quién se le ocurre salir a la calle con esas pintacas?”.
Pero, eso no era lo peor de todo. Lo más terrible era, que las dos reían
mientras la miraban. Ella, estaba sola, se sentía indefensa, cuando hace apenas
unos segundos había salido de su casa y se sentía la persona más segura del
mundo; pero ahora no, ahora se siente pequeña, como un grano de arroz comparado
con el mundo. Y mientras ella sentía todo esto, x e y reían, sin parar.
Parece mentira que estemos en el siglo
XXI; parece mentira que a estas alturas sigamos haciendo gilipolleces como
esta, excluir a las personas por el simple hecho de que no son como nosotros.
Son “raras”, dicen algunos. No, no son raras, son diferentes. Pero, es que, eso
es lo realmente bonito de la vida, que todos somos diferentes. ¿Qué gracia
habría si todos fuésemos iguales? Sería un auténtico aburrimiento. Ni fórmulas
matemáticas, ni literatura, ni historia universal, ni átomos, ni partículas…
Todo aquello que nos enseñan en la escuela, no nos sirve.
Ésta es la fórmula de la vida: x = z ; x
+ y = z
Y ésta, la de la felicidad = x + y + z
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